Lucha de clases
Otro de esos emails que te pone las orejas tiesas, esta vez de un colega de Londres. ‘Oye, ¿qué pasa con Rioja? ¿Se va a desmantelar?’ Si, hay problemas, pero teniendo en cuenta que fuera de nuestras fronteras la palabra Rioja significa muchas veces directamente ‘red Spanish wine’, la lógica demanda que en una zona de 600 bodegas y donde los precios pueden oscilar entre dos y 500 euros la botella, es mejor dejar las cosas como son y no generar tempestades.
Pero cuando uno de los bodegueros más influyentes de la DO, López de la Calle, dice por Radio Euskadi: ‘No queremos utilizar la palabra Rioja. Nosotros no queremos ser Rioja; nos vamos de Rioja. Queremos ser alaveses.’, y al día siguiente se da de baja en el Consejo Regulador, la ola pasa a tsunami.
Sus vinos, hasta de estrella de la casa, Pisón, de 500 euros, ya se califican como ‘vino de la tierra’, y se vaticana que al menos 60 bodegas alaveses estarían dispuestas a seguirle. Pese a que Lacalle considera que ‘Rioja es para riojanos y Alava para los vascos’, nadie quiere ahondar en el aspecto político del altercado.
De las tres zonas riojanas, la alavesa es la creme de la creme, pero hay dos Riojas más: la industrial y la artesanal. El abismo entre ellas ha abierto una lucha de clases. A las bodegas top no les apetece compartir contraetiqueta con los ‘Riojas de supermercado’, y aspiran a distinguir sus vinos a través del concepto de terroir. Tampoco les parece lógico que no está permitido incluir los nombres de pueblos o zonas geográficas en la descripción de los caldos, haciendo imposible sacar vinos de pago. ¿Pero cómo se transforma la imagen de una zona productora donde solo el 20% de las bodegas tiene viñedos propios, y, como en Champaña, la política ha sido siempre la de comprar uvas a pequeños viticultores para mezclarlas libremente y sin restricciones? Como expone Vicente Cebrián, de Murrieta, ‘cabe reformar la DO, pero sin romperla.’